lunes, 29 de septiembre de 2014

Garatusas y morisquetas

Boy with a Lesson-book, de Jean-Baptiste Greuze

Copio en cualquier hoja extranjerismos, expresiones extrañas, nombres de lenguas de las que nunca he oído hablar y citas de Trapiello como esta:

"Copio en una lista palabras, giros, expresiones del texto original (en la que tengo al lado se lee: garatusas y morisquetas, despercudido, un memo sin levadura, una quietud traidora, gatuperio, loquinarias, fastidio, con contundente compás, aquiescente, por lo que pudiera tronar, cicatrices de viruelas, consternación, virar).

Y así atesoramos* lo raro, señalamos lo curioso, apuntamos lo que sería una pena olvidar.


* Esta primera persona del plural, que incluye a mi admirado Andrés Trapiello y a una servidora, se refiere única y exclusivamente al hecho de apuntar y copiar, y aun así, es una osadía por mi parte.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La cabra madre

Terrace, Prospect Park, de William Merritt Chase

Cada pueblo, sobre todo los imperios, ha pretendido que su lengua era la más importante, la primigenia, incluso aquella en la que Dios había creado el mundo, la que utilizó Adán para dar nombre a los animales y a las cosas. El hebreo ha sido uno de los primeros en pretender ese privilegio, aunque el árabe también ha sido considerado a menudo como la primera lengua. Hasta los vascos hemos alimentado esa teoría, pero estoy segura de que el autor era bilbaíno.

Hay una historia que cuenta el griego Heródoto, según la cual, el faraón Psamético I, allá por el 664 a. C., ordenó que se abandonara a dos niños pequeños en el bosque con la finalidad de que no oyeran ninguna lengua y así comprobar en qué lengua hablaban, de donde deducirían cuál era el idioma primigenio. Y he aquí que la primera palabra que pronunciaron fue becós, que en frigio significa 'pan', con lo que se concluyó que este idioma de la península de Anatolia debía de ser la primera lengua de la humanidad. 

Pero la realidad siempre viene a estropear nuestras mejores teorías y pronto Aristófanes y Apolonio de Rodas sospecharon que becós era una forma onomatopéyica del balido de la cabra que alimentaba a los niños. Una lástima que la realidad nos estropee de esta manera tan tonta las preciosas teorías que construimos los humanos.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Karl Ove Knausgard

Almendros, de Menchu Gal

Karl Ove Knausgard es un autor noruego que está siendo todo un fenómeno editorial en el mundo. Ha escrito seis libros bajo el título general de "Mi lucha", en los que cuenta su vida. He leído los dos primeros (que están traducidos) y ahora estoy con el tercero (al que me he lanzado a leer en inglés porque no podía esperar a mayo de 2015, que es cuando está anunciado que aparecerá la traducción al español).

Knausgard habla de sí mismo pero también de los que comparten la vida con él, los que están cerca -sus padres, su mujer, sus hijos, sus amigos- y también los que están más alejados -sus abuelos, los padres de los amigos de sus hijos, sus vecinos...- y después de más de mil páginas, todavía me pregunto por qué me gusta tanto. Quizás porque es sincero y auténtico, acaso porque te zambulle en La Vida, sin disimular su fealdad ni agrandar su belleza.

Aquí les dejo esta cita sobre el lenguaje, pertenece al segundo de sus libros. Si les gusta leer, asómense por sus páginas.

"El lenguaje es compartido, crecemos dentro de él, y las formas en las que lo usamos también son compartidas, de modo que por muy idiosincrásicos que seáis tú y tus ideas, en la literatura nunca podrás abandonar a los demás. Al revés, es la literatura la que nos acerca los unos a los otros a través del lenguaje, que no es propiedad de ninguno de nosotros, y en el que apenas conseguimos influir, y a través de la forma, que nadie puede transgredir por sí solo, y si alguien lo hace, únicamente tiene sentido si otros lo siguen de inmediato. La forma te saca de ti mismo, te distancia de tu ego, y es esa distancia la que constituye la condición necesaria para la cercanía a los demás."*

* Knausgard, Karl Ove: Un hombre enamorado

jueves, 18 de septiembre de 2014

Los traductores

La Siesta, de John Singer Sargent

¿Alguna vez han pensado ustedes cuántos momentos de disfrute debemos a los traductores? Yo confieso que no, aunque también les digo que después de tener un hijo traductor ha cambiado mucho mi perspectiva de este oficio.

Había leído acerca de sus reivindicaciones, esa petición tan justa de que su nombre figure junto al del autor del libro que traducen y recuerdo cuánto se elogiaba a José M. Valverde, el traductor del imposible James Joyce, por su excelente trabajo. Pero pensar que detrás de cada novela, película, ensayo o noticia que se produce en un idioma diferente al nuestro, hay un traductor, eso, así, no lo había pensado nunca.

Según Coseriu no se traducen las lenguas, se traducen textos. Juan Luis Vives, por su parte, en el Debatione Dicendi distingue tres modos de traducir: un modo en el que solo se considera el sentido del contenido objetivo, otro en el que se considera como criterio básico "la forma" de decirlo, y un modo de traducir donde hay que considerar tanto la forma como el sentido, que seria la manera de traducir los textos literarios.

Esto supone que no se traduce el significado, sino el contenido, o sea, que no se traduce lo que se dice, sino lo que se quiere decir. Ahí es nada.


lunes, 15 de septiembre de 2014

¿Cuántos intérpretes hacen falta en la Unión Europea?

The Red Kimono, de George Hendrik Breitner

¿Se imaginan ustedes una reunión de la Comunidad Europea? ¿Cómo conseguir que se entiendan personas que hablan 24 idiomas distintos? Bueno, pues al parecer el régimen lingüístico que se aplica a las reuniones de las instituciones europeas varía en función del tipo de reunión y de los recursos disponibles   -salas, cabinas, intérpretes- en el momento de que se trate.

Una reunión con un régimen lingüístico 24-24 es una reunión en la que hay 24 lenguas activas y 24 lenguas pasivas, en la Unión Europea eso significa que se interpreta de todas las lenguas oficiales a todas las lenguas oficiales. Ese tipo de régimen lingüístico se llama completo.

Por el contrario, cuando no se interpreta a todas las lenguas oficiales, se habla de un régimen reducido o asimétrico. Sería el caso de una reunión en la que los asistentes pueden hablar en las 24 lenguas oficiales, pero solo se interpreta, pongamos por caso, al francés, inglés y alemán. En este caso, todos los asistentes pueden hablar en su lengua materna pero solo pueden escuchar la interpretación en los idiomas citados. Esto es posible porque, con frecuencia, los asistentes entienden una o varias de esas lenguas pero no tienen los conocimientos o la experiencia lingüística suficiente como para expresarse fluidamente en ellas. Además, recurrir a este tipo de régimen es una forma de adecuarse a la escasez de intérpretes. Pensemos que para interpretar en ambos sentidos entre las lenguas oficiales actuales, es necesario un equipo de 72 intérpretes o más, pero si las lenguas activas se limitan a tres, basta con una docena de ellos. Así, para que la interpretación asimétrica tenga lugar sin una merma de las capacidades negociadoras de ninguno de sus asistentes, es preciso que todos ellos entiendan por lo menos uno de los idiomas activos. Lo que decíamos en un post anterior, viva el multilingüismo.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Pasta con pasta

Boat House, de William Merritt Chase

"Desde un punto de vista de lector, la Biblioteca Nacional, por ejemplo, es insuperable. Pide uno un libro y con un poco de suerte está en sus fondos y se lo pueden traer. Ahora bien, cada uno de ellos permanece guardado en lugares extraños y en compañías absurdas. Ni siquiera todos los libros de un autor están reunidos, sino que se les asigna el lugar que el azar ha querido darles, como a los muertos de un cementerio, que van ocupando el que el destino ha dispuesto. Para evitar la dispersión, las familias idearon los famosos panteones familiares, pero también éstos acaban por llenarse, y a partir de un cierto número se condena a todos los que vengan después a la errancia mortuoria. Con los libros ocurre lo mismo. No es justo para un libro de Galdós, pongamos por caso, tener que compartir toda la eternidad de la Biblioteca Nacional entre uno de Valle Inclán y otro de Ricardo León o Pío Baroja, únicamente porque estos autores publicaron esa obra el mismo año en que lo hizo Galdós, y quién sabe si la teoría de las malas compañías o la manzana podrida en el barril acabará contagiando al resto de los libros. Pobre Juan Ramón Jiménez compartiendo anaquel, pasta con pasta, por toda la eternidad, con Jorge Guillén."


Trapiello, Andrés: Las inclemencias del tiempo

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Ajenos y enredados

El beso, de Gustav Klimt

Hay un banco en mi ciudad en el que casi siempre hay alguien queriéndose. Queda debajo de una autovía, que es desde donde yo lo veo cada día, cuando paso en moto camino de mi casa. Es un espacio soso y neutro con un par de bancos. En uno de ellos, el que queda debajo de la carretera, el más sombrío, a menudo se puede ver una pareja besándose. Nunca es la misma, pero siempre se funden en un abrazo un par de críos, adolescentes que se enroscan en un nudo de piernas y brazos que quisieran unidos para siempre. Así son esos años en los que todo parece absoluto. Ajenos al mundo, ajenos a mí y a la ternura que me producen, se besan como si fuera el último atardecer de sus vidas.

lunes, 1 de septiembre de 2014

La amargura de escribir un diccionario

Autorretrato, de Johann Baptist Reiter

Dice Samuel Johnson en el prólogo de su Diccionario:

"El triste destino de quienes moran en los más bajos empleos del intelecto es el de obrar más empujados por temor al castigo que atraídos por la esperanza del premio; el de hallarse expuestos a la censura, sin esperanza ninguna de recibir elogios; el de caer en desgracia por sus errores o ser castigados por sus descuidos y jamás ser ensalzados por sus éxitos y recompensados por su diligencia. Entre estos infelices mortales se encuentran los autores de diccionarios."

¿Qué le pasaría a este hombre para sentirse tan desdichado por haber escrito un diccionario? Johnson recibió el encargo de componer un diccionario allá por 1746. Él anunció que terminaría la obra en tres años, frente a los treinta que les había costado a los franceses concluir una tarea semejante. No fueron tres sino nueve los años que pasó escribiendo el diccionario, a pesar de lo cual el tiempo invertido fue significativamente menor que el que habían necesitado sus colegas franceses. El resultado final fue alabado por la crítica y el mundo literario y el diccionario se convirtió en la obra de referencia hasta 1928, fecha en que se publicó el Oxford English Dictionary.

¿Por qué ese regusto amargo que se trasluce en la cita de arriba? Solo se me ocurre achacar ese párrafo tan desdichado al hecho de que Johnson, acostumbrado a escribir ensayo y poesía, vio su casa puesta patas arriba al tener que contratar un significativo número de asistentes que le ayudaran a hacer el trabajo mecánico. Todo estaba desordenado con innumerables libros abiertos por doquier, las máquinas hacían ruido y todo esto en un tiempo en el que su mujer estaba gravemente enferma. Conseguir fuerzas para cuidar de su esposa y redactar un diccionario debió parecerle excesivo.

Es curioso que uno se imagine que crear un diccionario sea una tarea preciosa y luego resulte que para alguien que lo hizo y lo hizo bien, fuera un trabajo arduo y desagradecido.