martes, 13 de octubre de 2015

Más allá del imperativo

Saliendo del agua, de Marta Astrain

La historia de la cortesía en el lenguaje es la historia del habla indirecta, cuando queremos pedir algo, dado que el imperativo resulta en una orden pura y dura, nos ponemos a dar vueltas para encontrar una forma de expresar lo que queremos decir (y pedir) que sea amable, no resulte brusca e invite a nuestro interlocutor a decirnos que sí.

Así por ejemplo, a veces utilizamos el condicional "¿me prestarías el apartamento de Benidorm?"; otras evocamos la duda, "¿podrías... esto... dejarme el coche?"; reconocemos de antemano que estamos incordiando, "ya sé que no es buen momento, pero es que necesito 100 €"; o nos disculpamos por adelantado, "siento molestarte pero tengo que hablar contigo"; también es un buen recurso reconocer la importancia de lo que se va a pedir "te lo agradeceré toda la vida… ".

Todas ellas son fórmulas de cortesía que dependen de lo que se quiera pedir, de la relación que nos una con la persona, de su estatus y también de la educación del que habla.

Aunque también he conocido personas con mucho arte que en lugar de pedir parece que dan: "Verás, he pensado que te iría bien pasar un tiempo con un niño, te veo aburrida, he pensado dejarte a David una semana, verás cómo no tienes tiempo de aburrirte. No te preocupes, no hace falta que me lo agradezcas, somos amigas". Y así me vi, sin comerlo ni beberlo, con un niño a mi cargo cuando todavía no sabía lo que era un niño. Lo cierto es que no me aburrí, eso es verdad.

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