martes, 29 de diciembre de 2015

Un día de primavera en Sevilla

La durmiente de Murillo, de Ramón Gaya

"A las nueve de la mañana Sevilla estaba aún dormida. Día de primavera. Los primeros repartidores  -pan, cervezas y refrescos, periódicos- trabajan ya en mangas de camisa. Hacía calor, pero ahora se está bien, muy bien. Y el cielo azul intenso, como el de los esmaltes de Limoges. En los naranjos algunos soles podridos, cansados, a punto de venirse al suelo. En los alcorques esperan algunos ya sin vida. En los adoquines, algunos más reventados. Huele también a bosta de caballo. Que sería esta ciudad sin ese olor trenzándose con el de la cera y el del azahar. Suena una campana cerca, aquí mismo, y lo llena todo de misterio y de poesía. Ese sonido es el papel manila en el que se envuelven los tres olores. Antes que yo, otros muchos habrán sentido esto mismo, y otros vendrán que sentirán lo mismo y lo dirán con estas o parecidas palabras."

Algunos habremos sentido eso mismo y, quizás, si tenemos suerte, volveremos a estar en Sevilla un precioso día de primavera, pero seremos incapaces de decirlo con esas o parecidas palabras, se nos hará una bola de belleza que se nos agolpará en el pecho. Nos quedaremos, como mucho, mudos por un rato, queriendo preservar en la ausencia de palabras, la impresión que nos causa la belleza y los aromas de esa ciudad. Pero expresarlo así, señor Trapiello, no tenga duda de que ni esta servidora ni muchos otros seremos capaces de hacerlo.

Andrés Trapiello: Seré duda

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